Mens sana in corpore sano. Esta es una máxima que conocemos desde la antigüedad, así que no descubriremos nada si decimos que la actividad física es beneficiosa para el cerebro y que favorece las funciones cognitivas. El que sí que es cierto es que en los últimos años diferentes estudios han demostrado este dicho en el laboratorio con evidencias científicas.

Últimamente, se han podido detallar y posar de manifiesto algunos de los mecanismos que relacionan el ejercicio físico con la mejora cardiovascular, la ralentización del envejecimiento del cerebro o de la progresión de dolencias neurodegenerativas como por ejemplo el Alzheimer, el Parkinson o la esclerosis múltiple. También han constatado como acelera la recuperación de personas que han sufrido un derrame cerebral o que ayuda a superar las depresiones y que provoca sensaciones de bienestar. En definitiva, que el cerebro es como un músculo y, como tal, cuanto más se ejercita más volumen gana y mejor funciona. Si él es preciso, el resto de nuestro cuerpo irá por el mismo camino, siempre que esto sea posible. Ahora bien, todo ello va más allá y más que una cuestión de ejercicio muscular, mantener el cerebro en forma tiene mucho que ver con la capacidad de mantener las redes neuronales activas y conectadas. En esto, la actividad física juega un papel relevante, tanto que incluso llega a provocar cambios al cerebro. Eso sí, de momento, todavía no entendemos exactamente todo el funcionamiento. Y es que el cerebro continúa siendo el órgano más complejo y desconocido que tenemos, incluso para los científicos.

El neurocientífico Arthur Kramer es director del Instituto Beckman de la Universidad de Illinois a Urbana-Campaign (EE. UU.) donde investiga la percepción y la conducta humanas. Su trabajo se centra en el ejercicio de la mente y el cerebro a través de la actividad física para mejorar aspectos de la cognición humana. Él ha explicado en diferentes ocasiones que estudió Olga Kotelko en los 93 años, entonces corría 400 metros a toda velocidad y practicaba casi todas las modalidades de atletismo. Según sus estudios, el interconexionado cerebral de Olga era mejor a los 93 años que el de muchas mujeres de 60. Y no es que fuera una altleta profesional. De hecho, ella empezó a competir a los 75 años, después de jubilarse de toda una vida dedicada a la docencia y sin hacer demasiado ejercicio físico. El equipo de Kramer ha investigado en profundidad los efectos del ejercicio aeróbico y de andar y concluye, como otros, que correr, ir en bicicleta y nadar, comportan mejoras, tanto estructurales como cognitivamente y además sostienen que con el ejercicio el cerebro rejuvenece. De hecho, han llevado a cabo estudios con personas que han hecho ejercicio de tres a cinco horas semanales durante seis meses o un año y su memoria y capacidad de raciocinio han aumentado alrededor de un 20%. Y además, la mezcla de actividad física, intelectual e interacción social hacen que la edad de la gente que contrae Alzheimer sea más elevada.

En muchos aspectos coincide también el doctor Luis Brieva, jefe del servicio de Neurología del Hospital Universitario Arnau de Vilanova de Lleida. “Tanto el ejercicio anaeróbico como el aeróbic corto o de manera prolongada y sostenible son beneficiosos para el cerebro”, explica. Pose como ejemplo que dolencias como la esclerosis múltiple, una de las más comunes en que se afecta la sustancia blanca del cerebro, tienen una evolución diferente en diferentes aspectos neurobiológicos “que nos hacen pensar que el ejercicio actúa de manera beneficiosa para el cerebro, según hemos podido ir investigando en los últimos 15 años”. También sostiene que “en casos como el Alzheimer, en ciertas ocasiones la actividad física hace de protectora”, en concordancia así con las afirmaciones de Kramer. Para Brieva, los efectos beneficiosos lo son de dos tipos: por una parte emocional, y por otro, de estructura del cerebro. “Todo el mundo sabe que el ejercicio libera endorfinas que ayudan a reducir el estrés, disminuyen el umbral del dolor y ayudan a mejorar el rendimiento en otras zonas. “La liberación de endorfinas interactúa con los receptores cerebrales y aporta sensación de bienestar”, explica. “El ejercicio físico pose en funcionamiento diferentes sistemas, recibe una mayor irrigación sanguínea y la aportación de oxígeno a través de la sangre, mejora el rendimiento cerebral y con esto la capacidad de reacción, orientación y control”. Un aspecto que cree que también se tiene que tener en cuenta con los niños “que cada vez son más sedentarios”.

Precisamente sobre los más pequeños, Charles Hillman, doctor en Cinesiologia (estudio científico del movimiento, que investiga los mecanismos fisiológicos del ejercicio físico, así como sus implicaciones hormonales y neuronales, físicas, químicas y psíquicas), ha afirmado en diferentes conferencias que en uno de sus estudios con niños de entre 8 y 10 años comparando sedentarios con activos se posa de manifiesto que el cerebro de estos últimos se desarrolla más, sobre todo en cuanto a las estructuras del lóbulo prefrontal, que rige la conducta de la toma de decisiones y del hipocampo, que está relacionado con la memoria. Explica que es algo demostrable de manera objetiva, sin dejar lugar a duda a las interpretaciones, puesto que ha mesurado las funciones cerebrales con sensores y tomografías. Los niños habían practicado 70 minutos cada día de ejercicios vigorosos, en un ambiente lúdico, como podían ser deportes en equipo o juegos en grupo.

Otro de los estudios, no el único, a tener en cuenta es el encabezado por el equipo de investigadores de la Facultad de Medicina de Harvard y de la Universidad de Michigan, en los EE. UU., que concluye que el ejercicio físico propicia que los músculos fabriquen una proteína que después de un largo y muy rápido recorrido, induce cambios tangibles al cerebro. Al acabar una sesión de ejercicio físico, sobre todo de resistencia, es habitual que se produzca una sensación de bienestar, con mejora del estado de ánimo, ganas de hacer actividad y menos sensación de dolor. Es el efecto de la liberación de las endorfinas: unas sustancias químicas que fabrica el cuerpo y que interactúan con receptores del cerebro. El resultado: sensaciones positivas, menos estrés, más autoestima y menos insomnio. Además, mientras hagamos ejercicio incrementa la molécula BFND que produce cambios morfológicos en áreas como el hipocampo, que como ya se ha explicado está implicado en la consolidación y la gestión de la memoria. Se producen nuevas conexiones nerviosas, las neuronas se mueven a áreas donde pueden ser más necesarias e incluso se pueden formar nuevas neuronas, hecho que habitualmente está muy restringido. Todo esto pasa porque mientras hagamos ejercicio las células musculares incrementan su metabolismo, hecho regulado por la proteína PGC-1. A la vez, esta hace que incremente la producción de otra proteína, FNDC5, que ayuda a la gestión energética de las grasas corporales. Paralelamente, las mismas células que fabrican esta última, la cortan. Uno de los bonitos resultantes, que lleva por nombre Irisina, viaja por la sangre hasta llegar al cerebro. Una vez aquí, estimula las neuronas para que fabriquen más BDNF. Y ya volvemos a ser, la rueda vuelve a empezar. Una demostración que nuestro cuerpo es una máquina bastante perfecta si sabemos cuidarlo.

El que está claro es que, por un lado, envejecer es inevitable, la cuestión está al hacerlo de la mejor manera posible; y por la otra, sentirse mejor, a veces, es solo una decisión. En todos los casos, la práctica saludable de ejercicio ayuda de manera muy favorable.

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